Campos de refugiado

Si repasamos someramente la historia del estado de Israel, hay un hecho que destaca por encima de todos los demás: Israel se fundó a partir de la expulsión en 1948, llamada también Al Nakba (el desastre), de su territorio de más de 800.000 palestinos, que vivían en 531 localidades, territorios todos que el nuevo Israel hizo suyos, por las malas. Hay que destacar el papel principal que jugó la política colonial del Reino Unido y Francia (en el marco de la Primera Guerra Mundial 1914-1918), una vez más, contribuyendo a generar un problema – a través de la declaración de Balfour de 1917 (Secretario de Asuntos extranjeros británico a la sazón)- del que se desentendió en cuanto que el asunto se les puso feo. La declaración Balfour supuso un primer reconocimiento por parte de las potencias colonizadoras, Gran Bretaña y Francia (por simpatía con la primera), de los derechos del pueblo judío sobre la Tierra de Israel (que era territorio palestino). Este origen ha dado lugar diferencias a la hora de abordar el conflicto actual: los menos abogan por un solo estado con dos nacionalidades (posición defendida por bastantes árabes y judíos progresistas); los más, quieren dos estados, israelí y palestino, diferenciados; y luego está la posición de los fundamentalistas (como los últimos gobiernos israelíes y los primeros dirigentes de Hizbulá, entre otros), que parece que no quieren ni una cosa ni la otra…
A partir de la expulsión de palestinos se origina lo que para Azmi Bishara -uno de los escasos diputados árabes israelíes- es una política de apartheid contra la población autóctona palestina (afirmaciones que le están costando amenazas de suspensión de la inmunidad parlamentaria y cárcel y que ha llegado a defender con huelga de hambre), que se caracteriza por

1) prácticas de asentamiento y colonización; 2) Formación de una comunidad nacional a través de la colonización 3) Un sistema legal basado en la separación racial 4)El control por parte de la “raza superior” de los recursos y de la riqueza 5) Justificación religiosa y moral de la segregación racial.

Esta política de apartheid tiene como puntos de apoyo insoslayables, por un lado, a la población de refugiados palestinos que viven en campamentos de refugiados sin patria reconocida a los que Israel no deja volver a su tierra. Y por el otro lado, la Aliá, la política de repatriación israelí por la cual cualquier judío se considera israelí, sin importar donde haya nacido, y se le facilita el “retorno” cubriendo gastos de viaje, facilitando el asentamiento y el trabajo en colonias israelíes kibutz. Lo cual contrasta con la negación de derechos fundamentales a los propios árabes nacidos en territorio israelí (ni qué hablar tiene de los refugiados palestinos): imposibilidad de desplazarse libremente por el territorio de israel; dificultad o imposibilidad de acceder a estudios y empleos en igualdad de condiciones con sus compatriotas judíos y, en resumidas cuentas, ser considerados ciudadanos de segunda clase.
Por eso, cuando le echas un vistazo al parlamento israelí, llamado knesset, una de las cosas que más llama la atención es el diferente origen de los diputados que lo conforman. La mayoría son israelíes (de los cuales solo dos de origen árabe, los demás, judío), pero hay muchos -rondando el 50 %- nacidos en la U.R.S.S y Rusia, en Rumania, Marruecos, Iraq…
Lo siguiente que llama la atención -pero no tanto a estas alturas- es que todos los diputados israelíes son o han sido altos o medianos miembros del ejército israelí.

Esto en lo que respecta a Israel de puertas adentro…