Casi todos los sábados por la mañana una amiga y yo peregrinamos a la biblioteca del Barbican a por películas, CDs y libros y revistas para la semana. Hace un par de días, mientras nos dirigíamos allá, nos tropezamos con el desfile del Día del Armisticio, que tiene lugar el 11 de noviembre de cada año. Ese día se celebra el fin de la Primera Guerra Mundial y se recuerda a los soldados y civiles que murieron en aquellos sangrientos años.

Desde que vivo en este país me ha llamado la atención la celebración de este día. A principios de noviembre comienzas a ver por la calle y en televisión a hombres y mujeres con una amapola de papel en la solapa. Esas amapolas las distribuye la Legión Real Británica, una institución caritativa que se encarga de apoyo a antiguos combatientes necesitados. Portar la amapola es señal de que has hecho un donativo, y es bastante raro ver a personajes públicos durantes esos días sin la florecita.
A diferencia que en España, donde la historia reciente o bien abre la caja de los truenos o bien se ignora, el Día del Armisticio es una celebración aceptada por todos. Para la gente más progresista, la celebración del día del armisticio tiene un componente pacifista, pues conlleva recordar a todas las víctimas de los conflictos bélicos e invita a reflexionar sobre la crueldad de la guerra. Sin embargo, me cuesta verlo así. El sábado pasado los protagonistas de la celebración del día del Armisticio fueron, como todos los años, el ejército y los soldados, que paseaban a caballo, heroicos, con sus uniformes bien planchados, saludando a los niños. En el centro de la ciudad, cortado a la circulación, habían situado mesas para informar y reclutar a jóvenes para el ejército. El sábado también era protagonista la casa real británica, la misma cuyos miembros tuvieron una posición infame durante alguno de los conflictos más sangrientos de este siglo. La reina inauguró algún monumento y dedicó unas palabras a sus súbditos. Finalmente, el gobierno también recibió la atención de los medios de comunicación, mientras mantiene a sus ejércitos en Irak y en Afganistán. Todos ellos manifestaron solemnemente cuán horrible son las guerras y alabaron la valentía de los combatientes.

El Día del Armisticio les proporciona una oportunidad de tratar la guerra como algo de lo que no son directamente responsables, sino como un azar al que hay que enfrentarse con decisión y coraje. Por mi parte, el 11 de Noviembre no hay nada que festejar. Al menos no de esa manera.