Las dos corrientes pedagógicas más importantes en la Educación actual son la Conductista y la Constructivista. Aunque en su modo de encarar el proceso educativo parecen antagónicas, sin embargo resultan indispensables si queremos tener éxito en nuestra tarea de educadores.
El Conductismo dice que ya que lo único que podemos hacer los educadores es observar conductas de nuestros alumnos y alumnas, sin tener certeza de qué proceso interno causa esas conductas, deberemos tomar buena nota de en qué consisten esas conductas y dar respuesta personalizada a las mismas, intentando “normalizar” en lo posible a todos los individuos: si les enseñamos a vivir en sociedad, y los preparamos para la misma, buena cosa estamos haciendo.
El Constructivismo parte del entendimiento de la persona como un ser en construcción. Afirman sus partidarios que la mente humana se construye como un andamio: unas partes de la estructura soportan a las demás, y poco a poco se construye el conocimiento. Según los postulados constructivistas, debemos prestar atención a los objetos de conocimiento: si están muy por encima de la capacidad de aprehensión del niño o la niña, serán incapaces de llegarlos a conocer y se frustrarán; si están muy por debajo, carecerán de interés.
Los constructivistas establecen etapas que debemos cubrir, una tras otra, en la adquisición del conocimiento, y cuyo nivel de adquisición y aprendizaje en una previa, determina el nivel que podremos adquirir en la siguiente.
Los conductistas perciben el proceso educativo como la relación entre lo que un individuo es capaz o no de hacer, de conseguir.

Si un niño o niña presenta un problema que está influyendo negativamente en su formación, un profesional del constructivismo analizará (con infinidad de test) al niño para averiguar qué etapa del proceso educativo de ese niño ha presentado deficiencias para intentar solventarlas. Un conductista buscará el modo de resolver el problema directamente, utilizando reforzadores artificiales: premios y castigos; buscando respuestas externas que satisfagan internamente al individuo, reforzando la conducta perseguida, y sancionando la negativa.

El mundo en que vivimos es conductista, porque cada persona desarrolla las habilidades que su experiencia personal le ha mostrado como útiles, rentables, positivas, y desdeña otras habilidades para las que o no está preparado, o no ha recibido formación suficiente, o en el momento adecuado. Pero también es constructivista, porque numerosos estudios han mostrado la certeza de la existencia de etapas de desarrollo por la que todos los seres vivos pasamos (incluido el desarrollo moral e intelectual, en el caso de las personas).