Hay quien dice que el término “moro” no es peyorativo. Ni el término “gitano”, ni el término “negro”, ni tampoco “marica”, porque aluden, dicen, a aspectos “objetivos” (sic) de la personalidad: “Si él es moro, es moro”. O, bien, “si él es gitano, es gitano”. No es un insulto, dicen. Pero lo es. Porque insultar es decir algo con la intención de ofender.
¿Qué necesidad tiene alguien de definir a otra persona bajo aspectos de su personalidad que esa persona no ha elegido?
¿He elegido yo ser moro, gitano, negro o marica? No. Pues nadie tiene por qué definirme a mi bajo ese epígrafe. Otra cosa es que yo me jacte de ser moro, gitano, negro o marica. Entonces sí.
Pero no es el caso. El caso que me ocupa tiene que ver con mi labor docente. Y es que, como maestro, no soy partidario de permitir el uso de “etiquetas” subjetivas en el entorno escolar. Etiquetas objetivas sí.
Las etiquetas subjetivas las elaboran unos individuos para definir a otros, nunca para definirse a sí mismos. Así, son los otros los moros, gitanos, negros o maricas. Nunca seremos nosotros los godos, payos, rostros pálidos o heteros. Lo seremos, sí, porque otros querrán que lo seamos. En muchos casos se usarán simplemente para insultar. En otros para mantener la distancia. Nunca para romper las barreras (culturales y socioeconómicas) que nos separan.
Las etiquetas objetivas son diferentes. Si uno nace marroquí, búlgaro o africano, lo es desde que nace, y hasta que decida cambiarse el pasaporte (si puede y le dejan). Pero son términos cuya carga semántica apenas es peyorativa.
Lo fundamental no es tanto el que una palabra posea desde el punto de vista de la semántica un fondo peyorativo (generado a lo largo del tiempo y la historia); el problema fundamental es el acto violento que supone etiquetar a las personas en grupos que ellas no han elegido. Por eso a un “facha”, aunque lo sea, tampoco le gusta que se lo digan.