La rata de campo o rata negra (Rattus rattus frugivorus) no es negra, al menos por estas latitudes no es ni siquiera oscura, es más bien clara, de color ceniza y con un capirote ocre-anaranjado (apreciable sólo con buena luz). Al contrario de la mucho más conocida y aborrecida Rata de alcantarilla o rata gris (Rattus novergicus) la rata negra habita hoy en día zonas silvestres completamente desvinculadas de la presencia humana. En la Sierra de La Muela de Cartagena tienen especial predilección por los grandes palmitales remotos de los que alimentan buena parte del año y zonas de muy densa vegetación por donde se desplazan trepando.
Son relativamente fáciles de descubrir entre los arbustos moviéndose en parejas, porque aunque habiten zonas remotas y aisladas se confían con rapidez y no se lo piensan mucho ante un plato de comida gratis.

Son fáciles de distinguir de las ratas grises. Son más pequeñas, a medio camino entre un ratón de campo y un rata, más vivarachas, ágiles y preferiblemente trepadoras. Las orejas son más grandes y perfectamente visibles al igual que la cola que es más larga que el conjunto cabeza/cuerpo (en la rata gris es más corta).

Hace no demasiados años eran la especie de rata predominante en España y Europa, pero hacia finales del siglo XVIII la llegada desde China de la rata gris, mucho más agresiva y dependiente de las poblaciones humanas, fue expulsando y relegando a las ratas de campo hacia zonas agrícolas y silvestres donde actualmente se encuentra.
Este episodio de la “expulsión hacia el campo” de las ratas negras por las ratas grises lo narra de fábula Selma Lagerloff en su libro El maravillo viaje del pequeño Nils Holgersson en el capítulo titulado “La vieja casa de Glimminge